Apenas corrió la noticia de la muerte de la criatura, los habitantes de la isla acudieron a su guarida a fin de recuperar los cadáveres p...

EL SECRETO DE MEDUSA


Apenas corrió la noticia de la muerte de la criatura, los habitantes de la isla acudieron a su guarida a fin de recuperar los cadáveres petrificados de sus seres queridos. Muchos de éstos se habían destruido con el tiempo, pero en tal caso bastaba con hallar cualquier fragmento que diera pistas de su identidad.

Bemus buscó durante horas el cuerpo de su hermano menor. Lo había perdido veinte años atrás, cuando el niño decidió retarlo a entrar y salir sin ser visto de la guarida del monstruo. De nada sirvieron los gritos y las advertencias; Bemus tampoco logró alcanzarlo, pues aún cojeaba por haberse lastimado un pie la semana anterior.

El niño entró a la guarida y nunca más se supo de él. Bemus recibió una paliza brutal por haberlo perdido, pero la soportó sin quejarse porque creía merecer un castigo aún peor. Su padre lloró más que él mientras le pegaba.

Llevaba una buena lámpara igual que todos los demás, pero aun así no encontró los restos de su hermano. No había tenido muchas esperanzas, sin embargo; considerando que numerosas estatuas de hombres adultos no habían aguantado en pie, mucho menos lo habría conseguido la de un niño flaco. Bemus decidió ayudar a otros, por lo tanto, y estaba en ello cuando escuchó lo que parecía ser el llanto de un bebé. Un sonido muy tenue, proveniente del fondo de la guarida.

Fue a investigar por su cuenta, pensando que debía de ser un eco o incluso un invento de su imaginación, ya que nadie más había reaccionado ante él.

Llegó así a un rincón particularmente oscuro. El sonido era más fuerte ahora, pero no se trataba de un bebé. Lo que Bemus halló, acurrucado en lo profundo de una grieta, fue... un gato. El tono de sus maullidos era de pena y desolación.

—Ven acá, gatito, ven —lo llamó el hombre con la mayor ternura posible—. ¿Cómo es que sigues siendo de carne y hueso, por cierto? ¿O acaso fuiste capaz de evadir al monstruo?

La respuesta llegó minutos después, cuando el gato decidió por fin acercarse a Bemus: el animal estaba ciego. Quizás hubiera perdido la vista siendo pequeño, por alguna enfermedad de las que atacaban los ojos.

Sosteniendo ahora al animal en un brazo, Bemus iluminó los alrededores. Vio una canasta tapizada con plumas de las alas del monstruo. Vio también restos de pescado y unos pocos juguetes hechos con ramas y hierba trenzada.

Los maullidos del gato aún expresaban tristeza. Ahora estaba solo en el mundo, tanto como lo había estado la criatura antes de adoptarlo.

—Tranquilo —dijo Bemus a pesar del nudo en su garganta—. No te preocupes, yo te cuidaré ahora.

Puso al gato en la canasta y de este modo salió de la guarida. Quienes lo vieron llorar pensaron que se debía al recuerdo de su hermano perdido, por lo que dijeron algunas palabras de consuelo. Bemus dio las gracias y siguió adelante, guardando para sí la verdadera razón de su llanto.

Fue la primera y última vez que alguien derramó lágrimas por Medusa.

G. E.

Pintura de Medusa por Arnold Böcklin (dominio público); https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=14403.

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