Todo comenzó cuando le estaba enseñando a volar. No fue fácil, porque ¿cómo se le enseña a volar a una criatura cuando tú mismo no puedes volar? Conozco la base teórica del vuelo y todo eso (recuerden que soy una cerebrito) pero no tengo alas, y los animales aprenden el vuelo volando, no estudiando aerodinámica. Por eso, los primeros intentos de mi dragoncito terminaron en unos aterrizajes forzosos que no le hicieron nada bien al pobre.
Qué terrible. Uno de esos aterrizajes fue algo traumático y Donald tuvo que usar un collarín por varios días. Bien, al menos no tuve problemas para darle la atención médica necesaria. Lo único complicado fueron las inyecciones de analgésicos, ya que Donald tiene una piel escamosa muy dura.
Como sea, no dejaba de pensar en cómo resolver este problema. ¿Tendría que contratar a un instructor de ala delta? ¿O conseguir unos cohetes para mejorar la propulsión de Donald? ¿Y si le compraba un trampolín o una cama elástica?
Sin embargo, la cosa se resolvió por sí sola. ¿Recuerdan que Donald estaba comiendo los caracoles de mi jardín? Veníamos bien con esa dieta, complementada con frutas y raíces, pero Donald pesa ahora unos 100 kilogramos y los caracoles ya no satisfacían su enorme apetito. Una tarde salimos al porche, y yo ya estaba considerando la idea de que fuéramos al edificio más cercano para que él despegara desde ahí cuando una paloma descendió a picotear los bichos de mi jardín.
Donald observó a la paloma. Luego empezó a babear. Hubo un momento de tensión entre ambos animales (seguramente la paloma jamás había visto un dragón), y después el ave pegó un chillido y escapó volando.
Ah, la naturaleza es sabia. Impulsado por el apetito, y haciendo caso a su instinto, Donald agitó sus alas ¡y allá se fue por los aires detrás de la paloma!
¿No es maravilloso cuando todo cae en su lugar sin esfuerzo? (Bueno, no creo que la paloma opine lo mismo. Sólo quedaron de ella unas pocas plumas rostizadas.)
De ahí en adelante no he tenido que preocuparme más por la alimentación de Donald ni sus clases de vuelo. Ahora Donald caza su propia comida como cualquier depredador. Es decir, cualquier depredador menos mi gato, que es demasiado perezoso hasta para cazar las cucarachas que se meten a mi casa. Grunf. (De verdad, últimamente el minino está hecho una marmota. Es como si estuviera hibernando en pleno verano. A veces lo sacudo con el pie para asegurarme de que no ha muerto.)
Unos días después del primer vuelo, sin embargo, unos hombres llamaron a mi puerta. Eran empleados del aeropuerto, y uno de ellos llevaba una magnífica águila en sus brazos. Uau. No todos los días se ve algo así. Los invité a pasar. El águila le chilló a mi gato y éste escapó corriendo (incluso él es capaz de comprender cuando la cadena alimenticia da un giro inesperado).
Resulta que, en uno de sus vuelos, Donald pasó por el aeropuerto. Al principio todos se llevaron un susto tremendo, ya que era un enorme objeto volador sin autorización para circular por el espacio aéreo del sitio. Luego vieron que se trataba de un dragón y quedaron estupefactos. Después pensaron que tal vez fuera el resultado de un experimento genético chino (no los pienso contradecir; total, ni siquiera sé de dónde salió el huevo en el que venía mi dragón). Por último notaron que Donald era mucho más efectivo que las águilas y los halcones para espantar a las aves indeseadas.
Ése era el motivo por el que los empleados del aeropuerto estaban en mi casa: querían contratar a Donald para ahuyentar a las aves que pueden causar accidentes de aviación. A Donald y a mí nos pareció estupendo, así que firmamos el contrato (yo con mi bolígrafo, él con su garra).
Así están las cosas ahora: Donald trabaja en el aeropuerto espantando a las aves y consiguiendo su propia comida, y yo administro sus ganancias sabiamente.
Y en su tiempo libre, Donald se va a surfear sobre los aviones.
Mi hijito adoptivo está creciendo. Qué emoción :'-)
G. E.
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