¿Qué rayos...? ¡Era mi nuevo gato Osito, pero diez veces más grande de lo normal! Tal cosa sólo podía tener una explicación.
—¡Cuernito! —exclamé—. ¿Qué has hecho con mi gato, precioso unicornio mío? ¡Ven acá y arréglalo!
Cuernito no acudió al llamado. Lo busqué por toda mi casa sin éxito... hasta que finalmente tropecé con él. Había estado todo el tiempo sobre la alfombra de mi dormitorio, invisible a causa de su pelaje camaleónico.
Cuernito me miró con sus adorables ojos, los cuales estaban algo vidriosos (como diamantes resplandecientes). Entonces... mi unicornio estornudó (largando gotitas de agua que parecían perlas llenas de luz de colores, porque mi unicornio no es capaz de hacer nada que no sea absolutamente adorable).
—Ay, pobrecillo, ¡estás resfriado!
Cuernito volvió a estornudar, y una de mis pantuflas que estaba junto a él se convirtió en un zapatito de rubí. Recién ahí me di cuenta de que muchas cosas en mi casa habían cambiado de una forma u otra, ¿a causa de estornudos previos? Sí, eso era lo más probable.
—OK, Cuernito bonito, puedo dejarte pasar que mis libros sean ahora exquisitas figuras de Lladró y que la bañera parezca una fuente italiana de mármol con querubines y todo eso, pero ¿podrías arreglar al gato? Es que ya era mucho gato con sus seis kilos y medio, no sé cómo lo voy a manejar ahora.
Le eché una mirada de reojo a Osito, quien vació la comida en su plato de un solo lengüetazo y me miró con cara de "todavía tengo hambre, aliméntame". Tal cosa no me habría preocupado con un gato normal, pero siendo ahora del tamaño de una pantera, mucho me temí que empezara a preguntarse a qué sabría yo. Sobre todo porque más de una vez me ha mordido.
Cuernito se puso de pie, tambaleándose un poco. Su cuerno emitió algunas chispas mágicas, pero en lugar de arreglar a Osito, mi unicornio volvió a estornudar... y Osito se transformó en un leopardo de las nieves. Otro estornudo lo convirtió en un león, y el siguiente en un tigre dientes de sable con unos colmillos espeluznantes.
—¡No, no, mejor un gato gigante, mejor un gato gigante! —grité, y de alguna manera Cuernito logró obedecer mi orden. Luego se desplomó graciosamente, como una bailarina de ballet interpretando la muerte de Odette en El lago de los cisnes.
Era evidente que Cuernito no podría devolver a Osito a su tamaño normal mientras siguiera resfriado, de modo que envolví a mi unicornio en una manta bien suave, puse a su lado un cuenco con jugo de naranja y le di un besito terapéutico.
—¿Y ahora que hago contigo, Osito, aparte de calmar tu hambre antes de que me devores?
Osito maulló. Muy fuerte. Llamé al supermercado y encargué varios kilos de comida para gato, los cuales, por supuesto, me costaron una fortuna (Cuernito tendrá compensarme por eso más tarde, tal vez con dos metros de papel higiénico transformados en billetes).
Mi
Decidí sacarlo a pasear. Obviamente tuve que comprar una correa como para perro San Bernardo, y al mismo tiempo llamé a mi dragón para que ayudara. Donald quedó bastante sorprendido, por cierto, pero aprovechó para darse el gusto de acariciar a Osito sin temor a aplastarlo :-)
El paseo fue divertido. Al principio. O sea, Osito espantó a todos los perros del vecindario, incluso a aquellos con la mala tendencia de molestar a los gatos ajenos. ¡Dulce venganza! Por desgracia, al rato pasamos por un parque donde había niñitas jugando con cintas de gimnasia rítmica... y Osito se zafó para ir a perseguirlas. A las cintas, no a las niñas, pero las pobres chicas asumieron que Osito pretendía comérselas, y escaparon gritando de miedo. En fin. Donald recogió las cintas y jugó con Osito hasta que dichas cintas terminaron hechas jirones.
Osito no se había cansado en absoluto. Se entiende, es un gato joven con mucha energía. Donald lo levantó en vilo (cosa que no gustó mucho al gatete) y se lo llevó volando a alguna parte. Volvieron a las dos horas, Osito con la panza más llena... y Donald cargando bajo el brazo un ovillo de lana del tamaño de una pelota de fútbol. Ay, ay, ay. Espero que le hayan pagado al dueño de la oveja por cazar a su animal :-P
Los problemas no acabaron ahí. Después de jugar, mi gato siempre quiere acurrucarse en mi regazo para que lo mime... pero si mi regazo no suele ser suficiente para Osito en su tamaño normal, mucho menos lo era para 65 kilos de minino. Después de muchas vueltas y pisotones, YO me terminé recostando sobre la panza de Osito, y la verdad es que me resultó muy cómodo, como un sofá peludo y caliente :-D
A eso de la medianoche, mi pobre Cuernito ya estaba mucho mejor de su resfriado (otra ventaja de ser un unicornio, supongo); le pedí entonces que volviera a intentar la transformación, y tras un par de errores poco importantes (Osito se convirtió brevemente en un yaguarundí y un serval), por fin mi gato volvió a ser mi gato.
—Gracias, Cuernito —dije—. Ahora, por favor, vete a arreglar la bañera. Que la fuente de mármol está muy bonita, pero ahora mismo necesito una ducha caliente. El zapatito de rubí puedes dejarlo como está, sin embargo. Y hazme otro, para que en la próxima Noche de Brujas pueda disfrazarme de Dorothy.
Me alegra que todo haya vuelto a la normalidad. Y el próximo invierno... le pondré un suéter a mi unicornio para que no se resfríe :-P
G. E.
¡Hola!
ResponderBorrarMe gustó mucho esta entrada, fue muy original y entretenida. Me encantó tu escritura :3
¡Un beso!
¡Pues a mí me alegra mucho que te haya gustado! Gracias y besos :-)
Borrar