Cuando adopté a mi dragoncito Donald, no esperé que su crianza fuera a resultar tan interesante. Estos últimos días, él y yo nos hemos enfre...

EL RUGIDO DE MI DRAGÓN

Cuando adopté a mi dragoncito Donald, no esperé que su crianza fuera a resultar tan interesante. Estos últimos días, él y yo nos hemos enfrentado a un nuevo reto: conseguir que articulara su primer rugido.

No sé si lo recordarán, pero hasta ahora Donald sólo era capaz de graznar como un pato (de ahí su nombre). Lo cual está bien para los patos (cada bicho con su sonido), pero francamente no le pega mucho a un dragón que ya pesa 150 kg.


Mírenlo al pobre, tratando de emitir un rugido respetable y obteniendo en cambio un triste graznido de pato. Era como cuando uno está estreñido, y por desgracia esto no podía arreglarse con más fibra en la dieta.

Me vi obligada a tomar medidas drásticas. Lo que pensé fue: ¿qué me hace rugir a mí? Las estupideces de los políticos, para empezar, pero eso no iba a funcionar con mi dragón, ya que él no tiene interés alguno en la política (hace bien; la política es una fuente eterna de disgustos). Luego pensé que mi dragón es un ciudadano responsable, dispuesto siempre a obedecer las normas básicas de convivencia en la sociedad: trabaja en el aeropuerto, paga impuestos y seguridad social, ayuda a las ancianitas a cruzar la calle (nada como un dragón enorme para bloquear el tráfico), proporciona excrementos que pueden usarse como fertilizante y no pone música rock a altas horas de la madrugada. Todo un ejemplo de buena conducta, ¿verdad?

Si hay algo que me saca de quicio es la gente que no respeta los espacios públicos. Personas que vandalizan monumentos, rompen árboles o arrojan basura al piso. Decidí entonces llevar a mi dragón a un parque aquí en Montevideo, y no tuvimos que esperar mucho hasta ver al primer infractor.


Gruñí al ver esto, y noté que Donald apretó los labios y frunció el entrecejo. El idiota en cuestión siguió caminando como si nada, dejando atrás el papel que había tirado. Segundos después, mi dragón saltó de su escondite tras los arbustos y...


Digamos que este imbécil señor, una vez recuperado del susto, no tardó ni medio segundo en recoger el papel del suelo y tirarlo a la papelera más cercana. Luego se marchó corriendo, y ojalá lo piense dos veces antes de volver a comportarse como un cochino desconsiderado.

Mi dragón y yo celebramos bailando por todo el parque. Él continuó rugiendo a los infractores, y al final del día el parque estaba más limpio que en los últimos veinte años.

Me siento muy orgullosa de mi rugiente y cívicamente responsable dragón :-)

G. E.

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