Volamos hasta ahí (después de ponerme yo una chaqueta y unas buenas botas de excursión), buscamos un claro bien bonito con laguna, patos y hojas de otoño en el piso, y despejamos un círculo para encender una fogata y asar salchichas (salchichas asadas + cerveza + música + dragón y unicornio = fiestota).
El plan iba saliendo a la perfección... hasta que me perdí.
No se me puede culpar por ello, la verdad. Estaba desenvolviendo las salchichas y el pan y de pronto vi que algo se movía entre los árboles: una figura de color pardo con manchitas blancas; ¡un gamo!
Nunca antes había visto un gamo en la vida real, solamente en mi vieja enciclopedia de animales. ¡Y me parecieron tan bonitoooos! Como versiones grandes de Bambi (aunque técnicamente Bambi es un ciervo de cola blanca americano).
Me acerqué al gamo para verlo mejor. El bicho se apartó pero sin correr. Me acerqué un poco más, luego otro poco más... y de pronto estaba yo muy lejos de Donald y Cuernito, en medio del bosque y sin una brújula en la mano.
—Bien hecho, Gissel —me dije—. Como si no hubieras leído un montón de novelas donde alguien se pierde en un bosque con una facilidad pasmosa... y luego termina devorado por un oso o asesinado por un asesino psicópata. —Sí, me gusta leer ese tipo de historias, no le veo nada de raro.
Estuve a punto de llamar a Donald a gritos para que viniera a rescatarme. Luego se me ocurrió que eso sería bastante vergonzoso, de modo que grité algo distinto:
—¡Eh, chicos, vengan a ver esto, es maravilloso!
Busqué a toda prisa algo maravilloso que señalar, a fin de no quedar como una idiota cuando Donald y Cuernito me hallaran por fin.
No vi nada maravilloso... pero sí escuché unos cánticos que provenían desde más adelante, donde los árboles estaban tan pegados y eran tan frondosos que parecía de noche bajo ellos. Fui hacia allá... y esto es lo que encontré:
—Vanilla planifolia —canturreó la primera bruja.
—Cinnamomum verum —canturreó la segunda.
—Psilocybe cubensis —canturreó la tercera mirando en todas direcciones con una sonrisa de atontada felicidad.
Bueno, aquello no tenía nada de raro para las aventuras que suelo experimentar con mi dragón y mi unicornio, y como las brujas no se veían particularmente amenazadoras, me acerqué a ellas saludando con una mano.
—¡Feliz Oktoberfest! —dije. Parecía lo más apropiado... dado que el contenido del caldero olía sospechosamente a cerveza.
Las dos primeras brujas me miraron con algo de suspicacia, pero la tercera sonrió aún más y extendió los brazos.
—¡Una hobbit a la que también le gusta la Oktoberfest! —exclamó ella—. ¡Abrazoooooo!
Le devolví el abrazo a la bruja. Total, no es la primera vez que alguien me confunde con una hobbit.
—No has venido a gorronear nuestra cerveza, ¿verdad? —me espetó la primera bruja, quien se parecía un poco a las ilustraciones de Yaya Ceravieja (un personaje de Terry Pratchett).
La segunda bruja (quien se parecía a Tata Ogg, otro personaje de Terry Pratchett) le dio un codazo.
—No seas maleducada o la hobbit va a pensar que en este país no somos hospitalarios, por no hablar de que estamos en plena Oktoberfest. —La bruja se volvió hacia mí—. Acércate, querida. ¿Qué haces tú solita en este bosque?
—Vine con dos amigos, en realidad, pero me despisté a lo bobo y me perdí. Esa cerveza huele muy bien. ¿Es algún tipo de cerveza mágica que sirve para maleficios y cosas así?
La primera bruja me dirigió una expresión indignada, pero la segunda se echó a reír y contestó:
—No, qué va, sólo es cerveza con especias. Todavía faltan unos minutos para que esté a punto. ¿Tus amigos te están buscando? —Asentí—. Pues siéntate con nosotras hasta que te encuentren, pequeña hobbit. Por cierto, mi nombre es Belladona. Mi colega gruñona es Cicuta, y ella es Ayahuasca. —La tercera bruja me saludó agitando ambas manos al escuchar su propio nombre. Tenía una pupila más dilatada que la otra.
—Gusto en conocerlas a todas. Soy Gissel.
—¿Gissel? —dijo Cicuta mirándome de arriba abajo—. ¿Acaso eres el espectro de una desdichada que murió por un desengaño amoroso?
—Uh, no. El nombre fue cosa de mi mamá, a quien simplemente le gusta el ballet Giselle.
—¿Espectro? ¿Dónde hay un espectro? —dijo Ayahuasca mirando en todas direcciones y agitando los brazos como si estuviera rodeada de moscas invisibles. Belladona la tranquilizó con unos golpecitos en la espalda.
—No hay espectros, amiga. Anda, come unas nueces, te harán bien. —Belladona se volvió hacia mí y, haciendo pantalla con una mano a fin de que Ayahuasca no la viera, susurró—: No le hagas mucho caso. Antes era más avispada, pero le salió mal una poción que involucraba peyote y así se quedó. Iba a pasar tarde o temprano, me temo; nuestra amiga era aventurera ya desde el principio en cuanto a sus listas de ingredientes.
—Sus padres eran hippies —añadió Cicuta, y después movió la cabeza de un lado a otro como si eso explicara todo. La verdad es que explicaba bastante, de hecho :-D
La cerveza por fin estuvo lista pero Cuernito y Donald no me habían encontrado aún, de modo que empezamos a beber en su ausencia... hasta quedar bastante achispadas. Pusimos de paso algo de música de Peter Gundry, ya que, si bien estábamos celebrando la Oktoberfest, el sonido tenebroso de los violines pegaba mucho mejor con el bosque a oscuras y las brujas.
Apenas Cuernito y Donald asomaron en el claro, las tres brujas pensaron que estaban alucinando.
—Uh, nos quedó buena la cerveza —dijo Cicuta—. ¡Veo criaturas míticas de colores raros!
—¡Yo también las veo, yo también las veo! —exclamó Belladona—. ¡Hip!
Ayahuasca vació su quinta jarra de cerveza y corrió a abrazar a Donald, quien le devolvió el abrazo, si bien un tanto confundido.
—¡Oh, estas alucinaciones son tan realistas que hasta las puedes tocar! —dijo Ayahuasca—. ¡Qué escamas tan lustrosas! ¡Se sienten como si alguien las hubiera encerado!
—Pues claro —respondí—. ¡Hip! Está usted abrazando a mi dragón Donald, señora bruja. Sepa que le paso cera una vez por semana para que quede así de guapo y brillante. —Mi Donaldito parpadeó en forma coqueta.
—¡Oh, y qué suavecito es el unicornio! ¡Hip! ¡Como si estuviera cubierto de pelo de conejo bebé!
Cuernito también parpadeó en forma coqueta.
—Sí, bueno, Cuernito siempre está suavecito —respondí—. No necesita acondicionador ni nada. ¡Hip!
Cicuta y Belladona tocaron a Donald y a Cuernito con sus respectivos dedos nudosos, no muy seguras todavía de que fueran reales. Minutos después, sin embargo, mi dragón y mi unicornio se habían sumado a la fiesta, bebiendo cerveza y bailando con las brujas al ritmo de la música tenebrosa.
Entonces YO empecé a ver cosas raras. Seres con los rasgos combinados de mi dragón y mi unicornio, tan coloridos como si hubieran pasado antes por un desfile del orgullo LGTB+.
—¡¡CERVEZA PARA TODOS!! —exclamé.
—¡¡YAY!! —coreó todo el mundo, incluyendo los dragones y unicornios híbridos extraordinariamente coloridos.
¡Así da gusto celebrar la Oktoberfest! :-) ¡Hip! ¡Salú!
G. E.
Definitivamente, quiero probar esa cerveza.
ResponderBorrarPues te mandaré una botella, porque ¡definitivamente vale la pena! :-D
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