[Primera parte de la historia aquí , segunda parte de la historia aquí .] Para Hamza Okoro, Nueva York no podía ser más diferente de la...

LA MALDICIÓN DEL TIGRE (3)

[Primera parte de la historia aquí, segunda parte de la historia aquí.]


Para Hamza Okoro, Nueva York no podía ser más diferente de la pequeña aldea africana donde había nacido. Incluso en la época actual, el hogar de sus padres carecía de electricidad y agua corriente, y la ciudad más cercana se hallaba a muchos kilómetros de distancia. Sin embargo, según su abuelo, la civilización los había alcanzado de otras maneras, y no precisamente favorables.

¿Qué quedaba de las grandes sabanas que solían recorrer los ñus y los elefantes, los leones y las hienas? Poca cosa. Excepto por las reservas, donde nadie entraba salvo los turistas, las tierras vírgenes habían sido dedicadas a la ganadería o convertidas en campos pobres de cultivo. En otros lugares había fábricas y ciudades, o extensos basureros que alojaban los desperdicios del mundo moderno.

A pesar de todo, Hamza era un cazador. Su abuelo le había enseñado a seguir rastros, aunque fuera de pequeños roedores, y él había practicado el tiro al blanco con objetos inanimados, móviles o inmóviles. No obstante, a diferencia de su colega Randy Winston, él nunca había matado un solo animal. Su vocación de cazador era puro instinto, como los gatos domésticos que juegan con bolas de lana en lugar de ratones. Estaba bien así. Perseguir animales para protegerlos era igual de satisfactorio.

Hamza había atravesado medio mundo para llegar a Nueva York, obedeciendo un pedido de lo más extraño. Bueno, el pedido no era tan extraño, pero sí las explicaciones que llevaban a él. ¿La misión? Capturar un tigre. ¿Lo raro del asunto? Para empezar, se trataba del mismo felino que le había destrozado los brazos a su colega Winston, quien no sólo había sufrido la amputación de uno de ellos, sino que se hallaba también en un estado delirante para el que los médicos no tenían respuesta alguna. Básicamente se lo pasaba diciendo incoherencias sobre reyes de la selva y precios a pagar por la osadía de mancillar lo que era sagrado.

En segundo lugar, el felino se había extraviado en plena Ciudad de Nueva York, y llevaba así varias semanas sin que nadie hubiera podido atraparlo. De algún modo había llegado hasta el mismísimo Parque Central, y todos los equipos destinados a recuperarlo habían desaparecido en él como si fuera la antigua Amazonia. Eso no tenía ningún sentido, pero más increíble era la siguiente pieza de información: una de las veterinarias del zoológico, la doctora Susan Dale, se las había arreglado para liberar a los demás animales encerrados, y éstos también se habían refugiado en el Parque Central.

Hamza había pensado que le estaban jugando una broma, pero no, la cosa iba en serio, y ahora él tenía que capturar al tigre fugitivo y posiblemente al resto de la fauna del zoológico. Para redondear la situación, nadie había contestado sus llamadas durante las últimas cinco horas. Hamza, por lo tanto, se dirigió primero al zoológico, donde se suponía que un grupo de expertos lo estaría esperando para ayudarlo en su tarea.

Mucho antes de llegar a destino, el hombre se dio cuenta de que algo no estaba bien. Era apenas la segunda vez que visitaba Nueva York, pero la recordaba como una ciudad ruidosa y ajetreada, con peatones que iban de un lado a otro muy concentrados en su objetivo. Esa tarde, en cambio, había muy poco tráfico, y las pocas personas que caminaban por ahí parecían deambular sin rumbo fijo. Hamza vio a varios ejecutivos detenerse poco a poco, mirar en derredor y continuar la marcha en otra dirección, como si hubieran olvidado su propósito original. El cazador disminuyó la velocidad. Tenía miedo de atropellar a alguien o de chocar con otro automóvil.

Una sorpresa todavía mayor lo esperaba en el zoológico: las puertas estaban abiertas y al parecer no había nadie en su interior, ya fueran hombres o animales. El cazador bajó de su camioneta. Ahora sí que no entendía nada, por lo que ahuecó las manos frente a su boca para llamar a gritos a quien pudiera escucharlo. Nadie le respondió, tampoco a sus llamadas telefónicas.

El hombre frunció el entrecejo. Estaba más confundido que nunca y no sabía qué hacer a continuación. ¿Debía aguardar hasta que alguien fuera a buscarlo o marchar al Parque Central en busca del tigre perdido? Tal vez los empleados del zoológico estuvieran ahí... si bien Hamza comenzaba a dudarlo. El hombre no era supersticioso, pero de pronto sintió que estaba tratando con un poder más allá de su comprensión.

Volvió a la camioneta y arrancó de nuevo. Recordando los delirios de Randy Winston, se le ocurrió que hallaría las respuestas junto al animal que lo había iniciado todo.

Un rato más tarde, Hamza detuvo el vehículo frente al Parque Central, no porque hubiera llegado a él, sino porque los árboles habían avanzado a su encuentro. El hombre bajó de la camioneta una vez más y contempló el extraordinario paisaje, tan asombrado que por un instante se quedó sin aliento.

El pavimento y los edificios estaban llenos de grietas, y la vegetación surgía de ellas como si la ciudad hubiera estado abandonada durante siglos. Los automóviles circulaban evitando las raíces y los troncos, pero allí donde no era posible, sus conductores se apeaban y continuaban a pie sin demostrar sorpresa o fastidio. Muchos de ellos abandonaban sus bolsos o portafolios, y Hamza vio a un hombre interrumpir una conversación por su móvil, contemplar el aparato unos segundos y dejarlo caer al suelo. Luego ese hombre se quitó los zapatos y la corbata y penetró en la arboleda, donde no tardó en desaparecer.

¿Qué clase de embrujo era ése?, se preguntó el cazador. Una especie de selva se estaba apoderando de Nueva York y parecía lo más natural del mundo. Hamza volvió a pensar en Randy Winston y un escalofrío recorrió su espalda. Tenía que dar la vuelta y huir. Tenía que marcharse de ese lugar antes de que el embrujo lo afectara a él también. Retrocedió hasta su camioneta... y se detuvo, porque se dio cuenta de que otra parte de su ser se moría de curiosidad. Aquello era... fascinante. Hacía tiempo que no veía tantos árboles juntos, y francamente había olvidado cuánto le gustaban. Estiró un brazo para retirar del vehículo su rifle de dardos; luego lo pensó mejor y colgó de su cinturón un cuchillo grande, de doble filo. Equipado de esta manera, se metió al parque siguiendo a las demás personas.

Lo primero que llamó su atención fue el clima: hacía calor ahí dentro, y la humedad era sofocante. Hamza abrió los botones de su camisa hasta dejar su pecho al descubierto, pero eso no le bastó para refrescarse, de modo que se quitó la prenda y la ató a su cintura. Una mariposa grande pasó frente a él. Por lo que el hombre sabía, esa especie no existía en Nueva York. Hamza pasó una mano por su frente y siguió caminando, atento a cualquier movimiento o sonido amenazador.

Las construcciones humanas del parque seguían en su sitio, pero había que prestar atención para verlas porque estaban cubiertas de hojas y enredaderas. De los senderos no quedaba mucho a estas alturas, y Hamza se preguntó si a la mañana siguiente sería capaz de distinguirlos. Probablemente no.

El cazador sintió que alguien lo observaba, pero tardó un poco en descubrir la figura oculta entre las ramas. Era una mujer joven, desnuda, cubierta de barro. Sus ojos azules destacaban como zafiros en la penumbra, y no había nada humano en su expresión. Aun así, Hamza creyó reconocerla por una foto que Winston le había enseñado.

—¿Doctora Dale? —preguntó el cazador. Ella no respondió. Se lo quedó mirando un poco más, evaluándolo en silencio, y luego escapó con la agilidad de un simio, saltando de árbol en árbol. Algunas aves chillaron a su paso.

Hamza secó de nuevo el sudor en su frente, aunque empezaba a acostumbrarse al calor. Sospechaba que muy pronto se sentiría cómodo ahí, y tal vez no le parecería mala idea quitarse toda la ropa, igual que la mujer.

Unos gruñidos y ronroneos llegaron a él. Apretando el rifle en sus manos, el hombre continuó avanzando en esa dirección. Sentía que estaba a punto de ver algo temible y maravilloso al mismo tiempo, algo que cambiaría su vida para siempre. Dar la vuelta ya no era una opción.

Los árboles se abrieron un poco, dejando entrar la luz del sol, y ahí, sobre la hierba, estaba el tigre. Su pelaje brillaba con colores intensos, y su presencia llenaba el claro más allá del espacio que realmente ocupaba su cuerpo. Sentado sobre sus patas traseras y agitando su cola anillada de un lado a otro, le dirigió al recién llegado una mirada de advertencia. El hombre levantó su rifle y apuntó, pero su dedo no oprimió el gatillo. El tigre era muy hermoso.

Había una hembra en la periferia del claro. Ésta se aproximó al tigre y restregó la cabeza contra su costado, y él le respondió con un gruñido afectuoso. El rey y la reina del Parque Central, pensó el cazador; Adán y Eva de un nuevo mundo. ¿O sería de un viejo mundo que volvía a nacer? Daba lo mismo. No sería él quien perturbara la escena, de modo que bajó el rifle y lo depositó en el suelo, como una ofrenda de paz. La mirada del tigre se suavizó. Parecía satisfecho.

Tanta belleza, pensó el hombre, retrocediendo paso a paso. Tanta belleza al borde de la extinción, rescatada en el último minuto por un milagro. Los labios de Hamza se curvaron en una sonrisa cuando un pavo real se cruzó en su camino, deslumbrándolo con los destellos de sus plumas. Ninguna obra de arte humana había llegado a superar eso.

El cazador se desvistió por completo. Ahora el calor le resultaba agradable, así como el tacto de la tierra bajo sus pies. ¿Qué necesitaba un hombre para vivir? ¿Computadoras, dinero, automóviles caros? Bah. La especie había existido miles de años sin nada de eso, y sin destruir su entorno para crear un ambiente artificial.

Lo único que Hamza conservó fue el cuchillo. Por unas horas, al menos, hasta que lo usara para afilar un palo. Necesitaba una lanza.

Esa noche cazaría su propia comida.

G. E.

VÍNCULO DE LA IMAGEN EN PIXABAY
https://pixabay.com/photos/animal-tiger-big-cat-amurtiger-cat-4004844/

2 comentarios:

  1. ¡FORMIDABLE, CAUTIVANTE, TREMENDAMENTE INSPIRADOR! El problema (placer) de leer lo que escribe Gissel Escudero es que si uno lee el primer párrafo, ya puede estremecerse el mundo, que no hay posibilidad de escape, hay que llegar hasta el final... y lamentar que se haya terminado!

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