La gota que derramó el vaso fue un descuido de mi parte: lo dejé solo un rato, él encendió la tele... y por desgracia fue a parar al canal de noticias. Cuando volví junto a él, mi pobre Osito estaba completamente desconsolado.
—Oooh, ¿qué pasa, cariño? —le pregunté.
—Mamá, ¿por qué los humanos son tan destructivos y tan crueles?
Ay, ay, ay. Justo lo que más temía que averiguara mi nene, peor todavía que la cuestión de las bolas ausentes.
Abracé a mi gato mientras pensaba qué contestar. Finalmente dije:
—Somos primates, mi cielo. Y como si eso no fuera bastante, nuestra especie es muy codiciosa. Las personas matan y destruyen para obtener beneficios de todo tipo. Otras son simplemente malvadas.
—No me gusta, mamá.
—Ya. A mí tampoco.
—¿Y por qué están asesinando a mis congéneres en Australia?
Ay, ay, ay, otra pregunta que definitivamente no tenía ganas de contestar. No deseaba engañar a mi hijo adoptivo, sin embargo, de modo que me armé de valor y le expliqué el asunto de la manera menos brutal que pude. Creo que entendió la cuestión del balance ecológico y la protección de las especies en peligro de extinción, pero dicha comprensión no fue suficiente para despejar la tristeza en sus ojitos dorados.
—¿Mamá? —dijo al cabo de un rato.
—¿Sí?
—Ya no quiero ser humano. No sé qué hacer con todos estos pensamientos en la cabeza, no me dejan dormir. Extraño mis garritas. Y mi pelaje. Y ya no me divierte cazar cucarachas. También extraño acurrucarme tranquilo en tu regazo.
—Yo también extraño eso último, bebé. —Suspiré—. Iré a hablar con Cuernito para que te devuelva a tu forma original. Esto ya ha durado demasiado y no soporto que seas infeliz. Espérame aquí.
Fui a buscar a mi unicornio. Lo encontré frente a la tele mirando la serie animada ¡Vete ya, Unicornio! (la favorita de Cuernito, por razones obvias).
—Espero que estés satisfecho —le dije con tono de reprobación—. Ya es tiempo de que arregles las cosas, Cuernito; mi pobre gatete ya no puede con tanta humanidad. —Conste que a menudo yo también me harto de ser humana, pero bueno, he sido humana toda mi vida, por lo que tengo más práctica sobrellevando dicha condición.
Cuernito puso cara de "lo siento". Sin embargo, no se levantó de donde estaba sino que señaló a mi gato con su cuerno. Me di cuenta entonces de que a Osito le había salido una cola peluda y de que sus orejas ya no eran humanas sino gatunas.
—¿El hechizo se está desvaneciendo por sí solo? —pregunté.
Cuernito asintió.
—Bueno, pero aun así estás castigado. Ve al jardín a hacer crecer la menta y a convertir caracoles en huevos de chocolate cubiertos de caramelo.
Mi unicornio obedeció pero gruñendo por lo bajo. Fue un sonido muy bonito, como un trueno en el cielo de un mundo diminuto de cuento de hadas. Mientras tanto, regresé con mi gato y lo abracé una vez más.
—Ya, ya —le dije a Osito—. No llores, esto acabará pronto. Volverás a ser un gato y yo me encargaré de que seas feliz por el resto de tu vida.
—Gracias, mamá. ¿Podrías hacerme otro favor?
—Claro, mi cielo.
—Ve a visitar a mis hermanos y a mi mamá biológica de vez en cuando y hazles mimitos de mi parte.
—Sí, seguro.
La cara de Osito se llenó de pelo.
—Y una última cosa —dijo él.
—¿Qué?
—Te quiero, mami.
Sonreí.
—Eso ya lo sabía aunque no pudieras decírmelo antes con palabras. Yo también te quiero, Osito.
—Miau.
G. E.
Buen desenlace.
ResponderBorrarSer humano tiene sus inconvenientes.
Que tiernas esas dos imágenes.
Y lograste esquivar la pregunta.
Besos.
Sí, al final logré esquivar la endiablada pregunta :-) Gracias por leerme.
BorrarPobre Osito. A veces es muy cruel entender (y no) tantas cosas, tener sentimientos, preguntas y preocupaciones que nos superan. Sigue disfrutando de tu gatito sin bolas como si no hubiera un mañana. Un besazo y un abrazo!
ResponderBorrarQué bueno que se ahorrará de aquí en adelante los disgustos, al no tener un cerebro humano. O mejor dicho, sus mayores disgustos serán solamente que no le dé bola o no le llene el plato de inmediato :-P Gracias por el comentario. ¡Besotes!
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